Vivimos en una sociedad donde se alienta el estrés. Nuestra mente está desbordada por las tareas pendientes. Estamos ansiosos por tachar tareas de esa lista y pasar a lo siguiente. Siempre hay algo más por hacer. Parece que es una carrera que no termina nunca. Así es difícil saborear. Esa ansia que te hace decir “no me da la vida”.
La sociedad ensalza este modo de vida. Es responsable de la histeria y el nerviosismo en el que nadamos todos, o en el que nos ahogamos, según se mire. La productividad es un valor. Estar siempre ocupados parece que nos da más importancia.
Vivimos en la cultura del rendimiento. Su leitmotiv es “si quieres puedes” o “vales por lo que haces”. Maximizar la productividad aumenta el poder personal. Es la trampa de la autoexplotación.
Si no estás inventando, si no estás activo, si no estás intentando superarte día tras día eres un fracaso. De una motivación creativa pasamos a la exigencia creativa.
La exigencia de estar conectado, de estar activo en redes y crear contenido para que te vean, para SER.
Ya no tiene que venir nadie a obligarte a nada. No necesitas un jefe. Eres tú tu propio explotador. Los proyectos, las iniciativas y la motivación se convierten en imposiciones. Como dice Byung-Chul Han en su libro La sociedad del cansancio “la violencia a cargo de otros es remplazada por una violencia autogenerada, la cual resulta más fatal que aquella, porque la víctima de esta violencia se figura que es libre”.
Cabe añadir la sutil agresión de la superación personal “tienes que ser la mejor versión de ti mismo”, lo que realmente quiere decir “no es suficiente ser como eres”.
La positivización de la sociedad mira con desdén sentimientos como la tristeza o el miedo, sentirse nos hace parar, nos ralentiza. Sin embargo, la ansiedad, la depresión o el burn out son las enfermedades por excelencia del siglo XXI. Sentir las emociones mal llamadas negativas y escucharlas, nos ayuda a saber cómo estamos y qué necesitamos para nuestro autocuidado.
En la cultura del consumo se ha pasado de ambicionar lo material a lo experiencial, ya no es suficiente poseer sino experimentar cada vez más. Esto nos impide saborear la vida. No degustamos, engullimos. No nos nutre la vida que llevamos, no nos sacia el alma, sino que sobreviene el vacío existencial.
La brújula interior señala el camino en la parada, en la sencillez y en la compasión.
Ante la “happycracia”, la dictadura de tener que estar felices y alegres todo el tiempo, la brújula señala el camino de la compasión. No resistirte a lo que sientes. No rechazarlo con un “no debería sentirme así”. Abrirte y abrazar tu vivencia, sin evaluarla si es positiva o negativa. Reconocer que es un momento difícil para ti y por ello te acompañas incondicionalmente, sin intentar resolverlo, haciendo lo mejor que puedes por ti y sabiendo que no eres la única, ni estas sola.
Rendirte al sentimiento doloroso para que la verdadera aceptación florezca.
Porque solo se sana lo que se siente.
La brújula señala el regalo de la pausa y la contemplación. En el asombro del ser así de las cosas, el mundo está libre de toda productividad. HACER DE LO ORDINARIO ALGO EXTRAORDINARIO.
Parece que una vida sencilla, es una vida en la que no ocurre nada, es insulsa, y aburrida. La sobriedad y la austeridad no están de moda. Vivimos en un mundo hiperestimulado, donde la capacidad de asombro está saturada de tanto bombardeo. Para poder sentirnos vivos necesitamos más y más. Se induce a la permanente insatisfacción. En la rueda de la eterna insatisfacción siempre habrá algo más que conseguir donde sí está la verdadera felicidad persiguiendo la eterna zanahoria que nos dará, esa sí, la plenitud.
La paz está al alcance de tu mano, aquí y ahora. Lo que sí hay, lo que ya está sucediendo que te llena, casualmente son cosas sencillas y no cuestan dinero.
Como decía Saint Exupéry “lo esencial es invisible a los ojos” lo que realmente colma el alma es saborear las pequeñas cosas de la vida: un atardecer, un abrazo con tu amiga, una mirada de amor, un paseo por el bosque, cantar bajo la ducha, bailar, escuchar una canción que te emocione.
¿Quién hubiera dicho que la verdadera revolución está en detenerse y no hacer?
Parar, respirar, conectarse, estar en presencia, posibilita VER, verte, escucharte, y SER. La herramienta del mindfulness, no es otra cosa que estar plenamente atento a lo que está sucediendo en este instante, mira y escucha las olas del mar, solo eso.
En la verdadera conexión reside la plenitud.
La verdadera plenitud es sentirse conectado al momento presente.
Poder parar, no pedir más, deleitarse con lo que sucede es la verdadera revolución.